Fiestas Patrias, un día normal en su vida, lo más entretenido que haría sería ir a rentar un par de películas y verlas en casa con su mamá. Ya se había hecho a la idea cuando sonó el teléfono.
Su amigo Yavné la invitó a ir a Coyoacán, era una propuesta interesante, al menos así no pasaría tanto tiempo en casa. Así que se apresuró a hacer lo que tenía que hacer, se arregló y salió rumbo a Coyoacán. Tenía un buen presentimiento para ese día. A las 16:30 llegó al centro de Coyoacán y como era lógico, había retenes en algunas calles para asegurar la seguridad de los asistentes; pero lo pasó sin problema alguno, pues no llevaba mochila, ni bolsa.
Cuando llegó a Los Arcos, lugar donde habían quedado en verse, se encontró con una grata sorpresa: no sólo estaba Yavné, también estaban Jorge y otro chico que ella no conocía, y llevaban sus violines, al menos dos de ellos, pues los tres tocan el violín. Vino la presentación. Luis Hidalgo, dueño de uno de los dos violines que estaban presentes. Como empezaron los concheros a danzar, ellos prefirieron mudarse de lugar y caminaron rumbo a ‘La Conchita’.
En ‘La Conchita’ leyeron una descripción de su arquitectura y luego se sentaron en una banca para que ellos pudieran interpretar algo en los violines. Ella estaba fascinada escuchando a sus amigos interpretar bellas melodías con sus violines, sobre todo cuando Luis tocaba, pues Vetrir (que así se llama su violín) dejaba salir unas notas tan preciosas, que a ella la transportaban a otro lugar. Y ahí estuvieron unas dos o tres horas, y ella se puso como reto personal sacar Canon en Re de Johann Pachelbel en la flauta. Además Jorge se estaba quejando del reto que le habían impuesto (Invierno de Vivaldi) y le dijo que él la retaba a sacar Tocata en Fuga. Ella accedió, pero le dijo a Jorge que necesitaba las partituras, que él se comprometió a pasarle.
Después Jorge se fue a su casa y los tres que quedaban fueron a caminar al callejón del Aguacate, donde Luis les contó que era tan oscuro ese callejón que siempre se tuvo la creencia de que espantaban; y como no iba a ser, si hasta los árboles ayudaban a generar la ilusión. Regresaron al centro de Coyoacán, ella llamó a casa y pidió permiso para quedarse al grito. Estuvieron sentados, conversando un rato con una chica que vendía pulseras; y ella estaba viéndolas para comprar dos. Cuando la chica se fue ya casi era la hora del grito. Lo mejor de ese momento eran los fuegos artificiales que adornaban el cielo con sus hermosos destellos.
Salieron de ahí y se fueron caminando hasta metro Viveros, y a ella se le ocurrió la idea de que los tres fueran a su casa; y así hicieron. Tomaron el metro rumbo a Universidad y ahí esperaron un taxi que los llevara y mientras esperaban, Luis tocó una melodía en Vetrir. Subieron al taxi y en veinte minutos llegaron a su casa. Su mamá les preparó de cenar: unos vasos de mate y pan de pueblo y luego subieron a la azotea a tocar los violines. Y sucedió la magia... la luna llena en su esplendor, Vetrir y Leonora dejando salir sus voces combinadas, ella grabándolo todo con su cámara de video. Luego ella subió una flauta y se acompañaron el violín y la flauta, mientras las nubes corrían y el cielo se despejaba. Después crearon una historia sin lógica, ni sentido, pero que dejó salir toda su imaginación para el momento antes de dormir. Bajaron y platicaron otro rato antes de ir a dormir; ya eran las cinco de la mañana del día 16 y mientras ellos se disponían a dormir, todos los demás ya estaban a punto de terminar de soñar.
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