20070414

Concupiscencias oníricas

Acaece aquí la jácara de una quimera, una de esas fantasías en las que los pruritos más recónditos de la razón y el espíritu son perpetrados.

Todo se origina un crepúsculo cuando una doncella se va a reposar. Cierra sus sentidos y se rinde a la celestial diligencia de soñar…

En un altozano olvidado en lo más insondable de una floresta hay una nimia choza; en esa garita mora la manceba que anhela. Sus vestiduras son sutiles empero del cierzo, que con acerbo azote blande el follaje, y de la implacable borrasca, que engruesa los esteros. Ella ingresa en la choza trepidando de frío y se arrebata las ropas caladas.

Mientras ella se descubre, un varón se aproxima. Le corresponde hallarse errante y vagabundo, pues no podría concurrir de otra guisa que él se aparezca próximo a la garita. El varón arriba a la choza y coteja que alguno habite en ella; es así que la otea poco más o menos al natural y advierte su contextura vibrar. Se acerca al postigo y lo franquea con disimulo. Atranca sin efectuar bulla y se despoja de sus atavíos mojados, cual si se hallara en su hogar. Ella no ha advertido nada, persiste serena, ceñido su cuerpo con un lienzo.

Él la aborda, es a la sazón que ella capta su garbo y vira. No obstante no le conocía, su faz se le figuraba íntima. Ella se propone escabullirse, pero él la ase por el talle; en aquel momento ella sucumbe al roce de esas zarpas que le expropian el paño pues le es lisonjero. Al cabo de un rato comparecieron las ternezas y las cobas, sus cuerpos palpitaban por el paroxismo y febriles ambos se alzaban arrebatados; él absoluto, garboso y enhiesto irrumpiendo palmo a palmo en ella; ella íntegra, pronta a albergarlo en su cala, y en el quid prócer, atesorando el éxtasis…

La moza despierta. Yace encrespada, jadeante, agotada y sin mengua abandonada a la voluptuosidad de su anhelo; experimentando, con su tacto, la humedad de su bragadura y un acre y atroz vacío en su esencia.

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