20080430

Sólo no digas adiós...

La soledad, esa compañera incierta, furtiva, incesante, eterna e invisible que siempre acecha agasapada mientras uno la olvida. Espera paciente y por fin ataca... sí, ataca cuando menos la esperas por que has hayado una manera de evadirla, de fugarte de su manto; pero aún así te encuentra de nuevo y parece llegar y arrancarte ese remanso de compañía fugaz y efímera...

20080422

En memoria de Paulina

Adolfo Bioy Casares
Siempre quise a Paulina. En uno de mis primeros recuerdos, Paulina y yo estamos ocultos en una oscura glorieta de laureles, en un jardín con dos leones de piedra. Paulina me dijo: Me gusta el azul, me gustan las uvas, me gusta el hielo, me gustan las rosas, me gustan los caballos blancos. Yo comprendí que mi felicidad había empezado, porque en esas preferencias podía identificarme con Paulina. Nos parecimos tan milagrosamente que en un libro sobre la final reunión de las almas en el alma del mundo, mi amiga escribió en el margen: Las nuestras ya se reunieron. "Nuestras" en aquel tiempo, significaba la de ella y la mía.

Para explicarme ese parecido argumenté que yo era un apresurado y remoto borrador de Paulina. Recuerdo que anoté en mi cuaderno: Todo poema es un borrador de la Poesía y en cada cosa hay una prefiguración de Dios. Pensé también: En lo que me parezca a Paulina estoy a salvo. Veía (y aún hoy veo) la identificación con Paulina como la mejor posibilidad de mi ser, como el refugio en donde me libraría de mis defectos naturales, de la torpeza, de la negligencia, de la vanidad.

La vida fue una dulce costumbre que nos llevó a esperar, como algo natural y cierto, nuestro futuro matrimonio. Los padres de Paulina, insensibles al prestigio literario prematuramente alcanzado, y perdido, por mí, prometieron dar el consentimiento cuando me doctorara. Muchas veces nosotros imaginábamos un ordenado porvenir, con tiempo suficiente para trabajar, para viajar y para querernos. Lo imaginábamos con tanta vividez que nos persuadíamos de que ya vivíamos juntos.

Hablar de nuestro casamiento no nos inducía a tratarnos como novios. Toda la infancia la pasamos juntos y seguía habiendo entre nosotros una pudorosa amistad de niños. No me atrevía a encarnar el papel de enamorado y a decirle, en tono solemne: Te quiero. Sin embargo, cómo la quería, con qué amor atónito y escrupuloso yo miraba su resplandeciente perfección .

A Paulina le agradaba que yo recibiera amigos. Preparaba todo, atendía a los invitados, y, secretamente, jugaba a ser dueña de casa. Confieso que esas reuniones no me alegraban. La que ofrecimos para que Julio Montero conociera a escritores no fue una excepción.

La víspera, Montero me había visitado por primera vez. Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo. Un rato después de la visita yo había olvidado esa cara hirsuta y casi negra. En lo que se refiere al cuento que me leyó -Montero me había encarecido que le dijera con toda sinceridad si el impacto de su amargura resultaba demasiado fuerte-, acaso fuera notable porque revelaba un vago propósito de imitar a escritores positivamente diversos. La idea central era que si una determinada melodía surge de una relación entre el violín y los movimientos del violinista, de una determinada relación entre movimiento y materia surgía el alma de cada persona. El héroe del cuento fabricaba una máquina para producir almas (una suerte de bastidor, con maderas y piolines). Después el héroe moría. Velaban y enterraban el cadáver; pero él estaba secretamente vivo en el bastidor. Hacia el último párrafo, el bastidor aparecía, junto a un estereoscopio y un trípode con una piedra de galena, en el cuarto donde había muerto una señorita.

Cuando logré apartarlo de los problemas de su argumento, Montero manifestó una extraña ambición por conocer a escritores.

-Vuelva mañana por la tarde -le dije-. Le presentaré a algunos.

Se describió a sí mismo como un salvaje y aceptó la invitación. Quizá movido por el agrado de verlo partir, bajé con él hasta la puerta de calle. Cuando salimos del ascensor, Montero descubrió el jardín que hay en el patio. A veces, en la tenue luz de la tarde, viéndolo a través del portón de vidrio que lo separa del hall, ese diminuto jardín sugiere la misteriosa imagen de un bosque en el fondo de un lago. De noche, proyectores de luz lila y de luz anaranjada lo convierten en un horrible paraíso de caramelo. Montero lo vio de noche.

Peroratas de microbús

Juan Carlos, ¿qué buscas? Esa es la gran pregunta… ¿Qué busca Juan Carlos o cualquier otro humano? Sí, resulta interesante que en el transporte público se escuchen estas cuestiones filosóficas tan propias de un lugar más apacible y callado… aunque claro, la chica no pretendía hacer disertaciones filosóficas, sino reclamarle al tal Juan Carlos que husmeaba en su teléfono celular.

Un transporte distinto… ¿qué impresión debe llevarse uno si ve a dos mujeres, distintas, sentadas en lugares separados, llorando? Caray, uno tiende a preocuparse, uno quiere saber qué fue lo que ocurrió… pero uno no puede ir por la vida preguntándole a los extraños qué les sucede… al contrario, sentada a lado de su novio venía una chica; al parecer venían con la madre del chico y la chica conversaba alegremente con la señora… le hablaba de un gato enorme y gordo del que su abuela decía que se podía cocinar y de un posible conejo asesino… es decir, de un conejo que aún no compraba y al que quería entrenar para que atacara humanos…

Las cosas que suceden en el microbús…

20080409

A uno de esos felinos que comparten mi camino…

A ti, felino, a ti te quisiera explicar que ser como eres es una bendición…
A ti, felino, a ti te quisiera explicar que tiene un gran don…
A ti, felino, a ti te quisiera explica que como vos no hay otro, que eres único, que eres grande y maravilloso…
A ti, felino, a ti quisiera hacerte ver que eres tan libre como el viento, que sólo estás atado a lo que generas con tu propio pensamiento…
A ti… a ti quisiera hacerte entender que no necesitas ser como los demás y que no deberías mortificarte por eso… que eres mejor que muchos otros, felinos o no, que he conocido…

Pero… no sé como hacerte entender… no encuentro las palabras… mi lenguaje canino tal vez no se asemeja al tuyo… no lo sé…

Identificación…


Einstein dijo: hay una cosa que me inquieta, ¿acaso yo estoy loco o los locos son ellos? Así terminó mentes criminales el día de ayer, la frase dicha por mi chico genio favorito.

Identificación…

Cuando un personaje de una serie nos llama tanto la atención, cuando se convierte en nuestro favorito… eso se explica con una palabra… identificación…

¿Por qué sentir empatía por el chico genio?

Alguna parte de mi sabe que en algún momento de mi vida pude haber terminado así, en algún recóndito espacio de mi cabeza habita una pequeña nerd, sabelotodo, que ama el conocimiento y que es terriblemente tímida… Por eso la empatía, por que él refleja una parte de mí que para algunos es desconocida y que, de algún modo, a veces añoro… añoro esa posibilidad de tener tanto conocimiento…


(Mi chico genio es el Dr. Spencer Reid, cuya foto anexo)