20070414

TrOcAr

Me encuentro sentada frente a mi computadora, escribiendo estas líneas y escuchando música con mis audífonos para no molestar a los que duermen. Es la 1 de la mañana y después de estar una semana sin internet, me pongo a escribir...

Y es que leo y a veces pienso que mi vida ha sido extraña. Yo no puedo decir que haya tenido un solo enemigo, al menos ninguno declarado, sí personas que no me son gratas y a las que mi persona no les es placentera.

No sé si las personas que me conocen me ven como yo quisiera que lo hicieran...

Es probable que necesite un cambio en esta mi vida, siempre tan pasiva... no tienen idea de como odio la presión... por eso creo que necesito cambiar algo, aunque todavía no descubro bien que.

Evolucionar, reinventar, eso es lo que hay que hacer. Pero no hay nada que temer, en el fondo seguiré siendo la misma, por que podemos cambiar el accidente que somos, pero no la esencia que nos da froma, esa sólo la transmutamos en algo mejor.

Transmutar...

Eso es lo que debo hacer

No quiero quedarme estancada, no puedo. Necesito algo de movilidad.

Concupiscencias oníricas

Acaece aquí la jácara de una quimera, una de esas fantasías en las que los pruritos más recónditos de la razón y el espíritu son perpetrados.

Todo se origina un crepúsculo cuando una doncella se va a reposar. Cierra sus sentidos y se rinde a la celestial diligencia de soñar…

En un altozano olvidado en lo más insondable de una floresta hay una nimia choza; en esa garita mora la manceba que anhela. Sus vestiduras son sutiles empero del cierzo, que con acerbo azote blande el follaje, y de la implacable borrasca, que engruesa los esteros. Ella ingresa en la choza trepidando de frío y se arrebata las ropas caladas.

Mientras ella se descubre, un varón se aproxima. Le corresponde hallarse errante y vagabundo, pues no podría concurrir de otra guisa que él se aparezca próximo a la garita. El varón arriba a la choza y coteja que alguno habite en ella; es así que la otea poco más o menos al natural y advierte su contextura vibrar. Se acerca al postigo y lo franquea con disimulo. Atranca sin efectuar bulla y se despoja de sus atavíos mojados, cual si se hallara en su hogar. Ella no ha advertido nada, persiste serena, ceñido su cuerpo con un lienzo.

Él la aborda, es a la sazón que ella capta su garbo y vira. No obstante no le conocía, su faz se le figuraba íntima. Ella se propone escabullirse, pero él la ase por el talle; en aquel momento ella sucumbe al roce de esas zarpas que le expropian el paño pues le es lisonjero. Al cabo de un rato comparecieron las ternezas y las cobas, sus cuerpos palpitaban por el paroxismo y febriles ambos se alzaban arrebatados; él absoluto, garboso y enhiesto irrumpiendo palmo a palmo en ella; ella íntegra, pronta a albergarlo en su cala, y en el quid prócer, atesorando el éxtasis…

La moza despierta. Yace encrespada, jadeante, agotada y sin mengua abandonada a la voluptuosidad de su anhelo; experimentando, con su tacto, la humedad de su bragadura y un acre y atroz vacío en su esencia.