La primera vez que lo vio fue cuando tenía siete años. Quiso acercarse a él, pero sus padres lo impidieron; era algo muy peligroso, le dijeron. Nunca más le permitieron acercarse a él. Y aún cuando lo tenía prohibido, todos los días se acercaba y lo miraba detenidamente anhelando el día en que pudiera tocarlo.
Pasaron los años, veinte, para ser precisos, y por fin encontró una oportunidad para poder tocar ese objeto tan deseado. Veinte largos años había esperado y por fin tenía la víctima ideal. Caminó hacia el cajón y lo abrió despacio. Tomó, con mucho cuidado, el cuchillo aquel que tenía probido tocar. Sus padres intentaron detenerle, como antes, pero ahora no había un impedimento real.
Dejó el cuchillo sobre la mesa, con delicadeza le retiró la funda que cubría la hoja. Con tristeza descubrió que el brillante acero ya se oxidaba en algunas partes. Cuidadosamente lo levantó y limpió toda la hoja. Al mismo tiempo, sostenía una dulce conversación con el objeto de su deseo.
-He esperado poder tenerte entre mis manos tanto tiempo que ahora me parece que sueño. Es bueno tenerte de compañero para esta delicada empresa.
Al empuñar el cuchillo sentía una fuerza y una seguridad tremenda en la mano. Empezaron el ritual, su madre la asesoraba para que cortara en los lugares adecuados. Su madre estaba aún temerosa, cuidado, le decía. Los nervios de su madre, le parecía, mellaban la hoja de su compañero.
-No te preocupes, la relación entre el cuchillo y quien lo blande debe carecer de miedo, mas no de respeto.
Esas palabras tranquilizaron a su madre. Por fin, a solas con su compañero, terminó de separar las extremidades del pavo, separó las pechugas y, lentamente, las transformó en delgados pliegos.
publicado en Imaginario de fragmentos, mi nuevo blog
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