Pasaron 4 días, tiempo suficiente para volverse loco sin tener contacto alguno con el mundo. Cuando por fin volvió la energía eléctrica abrí el refrigerador antes de conectarlo de nuevo, me encontré con una zona de guerra: había líquidos chorreando, hongos invadiendo algunas partes y un olor desagradable.
Piso por piso fui sacándolo todo. Más de la mitad de lo que contenía había perecido en una batalla en la que no tenían más esperanza de sobrevivir que mi apetito, pero contener la comida de una semana entera y algunas reservas para el mes sobrepasaban mi capacidad alimenticia.
No haré un recuento de las vidas que se perdieron inútilmente en estos días en que no hubo luz, sólo diré que la longaniza y los quesos sobrevivieron milagrosamente y las verduras fueron las únicas que perduraron...
Ahora en mi refrigerador, los sobrevivientes al holocausto entonan un réquiem por aquellos que perecieron y esperan pacientemente la llegada de nuevos habitantes...